Los jesuitas eligen ser sepultados en la tierra y sin lujos

Con sencillez, sin ornamentos ni monumentos fastuosos, así son enterrados los sacerdotes jesuitas, siguiendo los principios de humildad y pobreza que guían su vida.

En el cementerio jesuita de Santo Domingo, las tumbas son simples: una cruz blanca y una placa con la identificación del fallecido. Esta tradición, profundamente simbólica, refleja la forma en que los miembros de la Compañía de Jesús conciben la muerte: como un retorno a la tierra, sin vanidades ni honores terrenales.

El papa Francisco, el primer pontífice jesuita y latinoamericano, quiso ser fiel a esa visión hasta el final. En su testamento, redactado en 2022, dejó instrucciones claras para su entierro: pidió reposar en un sepulcro en tierra, sencillo, sin decoraciones, y con una sola inscripción: Franciscus. Su tumba estará ubicada entre la Capilla Paulina y la Capilla Sforza, dentro de la basílica de San Pedro, rompiendo con la tradición de enterrar a los papas en las grutas vaticanas.

Las Constituciones de la Compañía de Jesús, escritas por San Ignacio de Loyola, no abordan directamente cómo deben ser los entierros, pero sí definen los valores que rigen la vida del jesuita: pobreza, humildad y sencillez. Esa sobriedad también se extiende al momento de la muerte.

El simbolismo del entierro en tierra tiene raíces bíblicas: “Polvo eres y al polvo volverás” (Génesis 3:19). Para los jesuitas, este acto representa la aceptación plena de la condición humana, la fugacidad del cuerpo y la esperanza cristiana en la resurrección.

“Me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”, expresó alguna vez el papa Francisco. Fiel a esa visión, falleció el pasado lunes a los 88 años, y su funeral se celebrará este sábado 26 de abril. Será un último gesto de coherencia espiritual en una vida marcada por la austeridad, el compromiso social y la fe.